Algo importante que hay que saber es que nuestra Tierra, incorporada al Sistema Solar, está constantemente bañada por ondas que emanan del Sol y de los otros planetas, estas ondas

o vibraciones, constituyen para nosotros la fuente de toda vida y condicionan todos los fenómenos visibles o invisibles que se manifiestan en la superficie, en la atmósfera y en el interior de nuestro Globo.

Este sistema de influencias planetarias forma un conjunto armónico y completo y es tan perfecto que si uno de estos factores fuera suprimido, si, por ejemplo, a causa de un cataclismo cósmico, un planeta fuera destruido, acarrearía un trastorno total de nuestra condición de vida y una alteración radical de nuestra propia naturaleza.

Si el Sol desapareciera es evidente que el desequilibrio que se produciría imposibilitaría nuestra existencia, pues ya no habría ni luz, ni calor, sería como si nos extirparan el corazón.

De igual forma, si uno u otro de los planetas fuese destruido ya no habría, según la naturaleza de este ni movimiento ni orden, ni armonía, ni alegría, ni progreso posible para nosotros; podríamos compararnos entonces desde un punto de vista físico, al hombre al que le hubieran extirpado su estomago, su hígado, sus pulmones, uno de sus cinco sentidos o cualquier otro órgano vital.   

    Por lo tanto, cualquier movimiento o cambio en los planetas nos afecta directamente en mayor o menor medida.